Introducci�n En la iglesia no son escasos los libros, tratados y sermones acerca de c�mo vivir una vida cristiana victoriosa. Si Ud. va a cualquier librer�a religiosa, encontrar�a cientos de libros acerca de este tema. En la actualidad son muy comunes los seminarios donde se ense�a a la gente acerca de la vida cristiana victoriosa. Gran parte de este abundante material no lleva a la gente a obtener una vida cristiana victoriosa, sino todo lo contrario, lleva al lector al pecado del orgullo y del ego�smo, y la peor forma de orgullo es el orgullo espiritual. Esta literatura lleva a la gente a vivir pendiente de su nivel espiritual, y los hunde en su propia pretendida piedad. Hace quinientos a�os, el cristianismo fue liberado de esta mentalidad centrada en el hombre, gracias a la poderosa verdad de la justificaci�n por la fe. Creemos firmemente que la iglesia cristiana est� lista para una revoluci�n religiosa. Mucha gente puede alegar fidelidad a esta poderosa verdad de la justificaci�n por la fe, pero sin reconocer la relevancia de esta verdad en la experiencia cristiana de cada d�a. En general, la iglesia est� sumida en una suerte de santificacionismo ajeno al evangelio y a la justificaci�n por la fe. Este art�culo muestra que �nicamente una clara comprensi�n del principio protestante de la justificaci�n por la fe puede llevarnos a una verdadera reforma en la vida y a una experiencia cristiana victoriosa. La Justificaci�n por la fe no est� divorciada del privilegio y responsabilidad de una vida cristiana victoriosa, sino que es el �nico camino para llegar a ella. Preocuparse con algo que est� afuera del hombre es el �nico medio de corregir el ego�smo que mora dentro del hombre. Los Editores La justificaci�n por la fe es la fuente de donde brota la vida cristiana, y es el latente coraz�n de la revelaci�n b�blica y de toda verdadera religi�n.
La gran verdad de la justificaci�n por la fe, sin embargo, no trata sobre la obra de Dios dentro del creyente, sino con los actos de salvaci�n de Dios realizados afuera del creyente. En primer lugar, la base de la aceptaci�n de Dios es la pura gracia: "Siendo justificados gratuitamente por su gracia" (Rom. 3:24). La palabra griega que aqu� se traduce "gratuitamente," significa "sin causa alguna." La gracia no est� condicionada a ninguna cualidad del coraz�n humano. La gracia de Dios es tan independiente de cualquier cualidad humana, que el ap�stol declara que esta gracia "nos fue dada en Cristo Jes�s antes de los tiempos de los siglos..." (2 Tim. 1:9). La gracia es una cualidad del coraz�n de Dios, es su disposici�n a ser bondadoso y misericordioso hacia aquellos que est�n perdidos y no merecen nada. La gracia es el atributo divino de aceptar a los que no son aceptables, incluyendo a los que Dios ha santificado. Sin embargo, la gracia de Dios no anula su justicia; su ley debe ser mantenida. Dios requiere que haya una base s�lida sobre la cual se ofrezca el perd�n y los pecadores puedan ser aceptados como justos, y esta base s�lida se encuentra completamente fuera de nosotros. Siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redenci�n que es en Cristo Jes�s [mediante el acto redentor de Dios en la persona de Cristo] (Rom. 3:24). Las obras y la muerte de Cristo constituyen la �nica base sobre la que Dios puede juzgarnos y declararnos justos. Esto significa "ser justificados en Cristo..." (G�l. 2:17). El evangelio proclama que los pecadores son salvados por los actos concretos de Dios en la historia. Tan afuera del creyente est� la raz�n de su aceptaci�n, que �sta ocurri� hace dos mil a�os, y precisamente en esto consiste el cristianismo. De hecho, el cristianismo es la �nica religi�n hist�rica puesto que todas las religiones del mundo ense�an que la salvaci�n se logra a trav�s de un proceso que ocurre dentro del adorador, por lo que la mayor preocupaci�n del religioso es su experiencia interior. Solo el cristianismo proclama una salvaci�n ocurrida afuera del adorador. De hecho, esta verdad ofende al orgullo humano. �Podr�amos al menos simpatizar con los hijos de Israel en el desierto? Muchos de ellos fueron mordidos por serpientes, y enfrentaban una muerte segura. Mois�s coloc� una r�plica de una serpiente mortal en un madero, e invit� a los moribundos a mirar y vivir. �Qu�n hab�a o�do anteriormente de semejante invitaci�n? El veneno a�n se encontraba dentro del cuerpo del moribundo, y �c�mo podr�a ser de ayuda algo completamente externo? Sin duda, muchos moribundos estaban inclinados a razonar en lugar de mirar. A nosotros, quienes hemos sido mordidos por el diablo, la serpiente antigua, Jes�s nos dice: "As� como Mois�s levant� la serpiente en el desierto, as� es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado..." (Juan 3:16). La base de la salvaci�n humana no es un proceso subjetivo. Si el camino de la salvaci�n fuera simplemente un asunto de invitar a Cristo a entrar en el coraz�n, y nacer otra vez por el Esp�ritu, entonces no hubieran sido necesarios los sufrimientos y la muerte de Cristo. Ninguna medida de santificaci�n o justicia interior pod�a salvar el abismo que el pecado hab�a hecho, y colocarnos as� en una correcta relaci�n con Dios. El compa�erismo con Dios no puede descansar sobre la base de un proceso interior de santificaci�n. Adem�s, la perfecci�n no es algo que Dios requiere s�lo al final del camino cristiano, sino que Dios demanda perfecci�n y santidad absolutas �ntes que pueda iniciarse cualquier relaci�n con Dios. Lo repetimos, la salvaci�n y la correcta relaci�n con Dios tienen un s�lo fundamento, el cual es lo que Dios ha hecho fuera de nosotros en la persona de Jesucristo (Rom.3:24). Hace dos mil a�os hubo un evento hist�rico, concreto y objetivo: Dios mismo irrumpi� en la historia humana en la persona de su Hijo y lleg� a ser nuestro representante. Cristo llev� nuestra naturaleza y se identific� de tal manera con nosotros, que todo lo que hizo fue realizado en nuestro beneficio, y en nuestro lugar. Cristo enfrent�, venci�, y destruy� el poder del pecado, del diablo, y de la muerte, y es exactamente como si nosotros hubi�semos vencido. Su victoria fue realmente nuestra victoria. Cuando El obedeci� perfectamente la ley de Dios, lo hizo por nosotros, y es como si nosotros hemos vivido esa vida santa (Rom.5:19). Cuando Cristo llev� nuestro castigo, la justicia nos consider� castigados en El, "Si uno muri� por todos, luego todos murieron" (2 Cor.5:14). Cuando El resucit� y fue aceptado con gozo en la diestra de Dios, lo hizo en nuestro lugar y en nuestro favor. Dios abraz� a toda la humanidad en la persona de su propio Hijo. Tan ciertamente como Dios vino a la tierra en la persona de Jes�s, nosotros hemos sido entronizados en el cielo, en la persona de Cristo. El evangelio no poroclama las buenas nuevas que Dios har�, sino que proclama las buenas nuevas de lo que Dios ha hecho en Cristo. Por medio de sus gloriosos actos de salvaci�n realizados fuera de nosotros, Dios logr� nuestra liberaci�n. Dios nos ha perdonado, justificado y restaurado a un sitial de honor y gloria en la persona de Jesucristo (Efe.1:3-7; 2:4-6; Rom. 4:25; 5;8-10,18; Col.2:10). La justificaci�n b�blica es realizada por la gracia de Dios, por los m�ritos de Cristo, y recibida por medio de la fe. Lo que Dios hizo fuera de nosotros, en la persona de su Hijo, debe ser cre�do y recibido por nosotros. La fe proviene del oir el mensaje del evangelio (Rom.10:17). La fe no produce justicia, la acepta; la fe no crea la salvaci�n, la toma. La fe toma conciencia de una salvaci�n ya lograda en Cristo. La fe es completamente objetiva, y no est� relacionada con nada que sucede o existe en esta tierra. La fe no descansa en lo que el Esp�ritu Santo ha realizado dentro de nosotros, ni en nuestra santificaci�n, ni en alguna experiencia pasada como el nuevo nacimiento. La fe se adhiere a lo que est� en el cielo, a nuestra gloriosa herencia que se encuentra a la diestra de Dios, en Cristo. La santificaci�n, siendo realizada en esta tierra, y dentro del creyente, no forma parte de la justificaci�n por la fe sola. La justificaci�n por la fe es la presentaci�n de la perfecta santidad y el perfecto sacrificio de Cristo en nuestro favor. La �nica justicia que tenemos ante el Padre es justamente la justicia que est� a la diestra del Padre. Cristo mismo es nuestra justicia (Jer.23:6), quien se sent� a la diestra del trono de Dios. Como Juan Bunyan escribi�, el sublime misterio de la Biblia es "que una justicia que reside en una persona en el cielo puede justificar a un pecador como yo, en la tierra." Esta es la justicia de la fe. Es una justicia que los reformadores llamaron "justicia ajena," una justicia completamente fuera del hombre, y tan ajena a la raz�n humana, que s�lo el evangelio la puede revelar. Hemos visto que Dios justifica por gracia, sobre la base de la obra de Cristo, y para beneficio del pecador que cree. La gracia que justifica es una gracia que se encuentra afuera del hombre. La justicia que justifica se encuentra afuera del hombre, y la fe que acepta la bendici�n se aferra a lo que est� completamente afuera del creyente. El acto divino de justificar al pecador que cree en Cristo, es un acto que ocurre tambi�n afuera del creyente, y esta gran verdad la vamos a considerar desde dos diferentes perspectivas:
2. El m�todo de la justificaci�n. En el cap�tulo cuarto de Romanos, el ap�stol ense�a no solamente que Dios justifica al imp�o (v.5), sino tambi�n que Dios imputa justicia al que cree (vs. 3,5-7). En el cap�tulo cinco, Pablo muestra que la justicia que Dios imputa es "la justicia de uno" (vs. 18,19). Ahora bien, la palabra imputar no significa impartir. Imputar significa atribuir al pecador lo que �ste no tiene. Por ejemplo, cuando El� declar� que Ana estaba ebria, esta declaraci�n de El� no transform� a Ana en una mujer ebria (1 Sam.1:13). La imputaci�n no cambia el objeto, sino la manera c�mo el objeto es considerado. El Calvario es la suprema ilustraci�n de lo que significa la imputaci�n. Nuestros pecados fueron imputados a Cristo (2 Cor. 5:19-21) y Cristo fue tratado como si fuera un pecador, sin embargo Cristo fue "santo, inocente, sin mancha, apartado de los pecadores, y hecho m�s sublime que los cielos" (Heb. 7:26). 3. El acto divino de justificac�n es un acto justo, pues descansa en la intercesi�n de Jesucristo, el justo. Somos declarados justos porque Dios nos atribuye la justicia de su Hijo, la que aceptamos por la fe. Por lo tanto, analizado desde cualquier punto de vista, la justificaci�n es un acto de la gracia de Dios que ocurre completamente afuera de la experiencia del creyente. S�, somos concientes de las objeciones levantadas contra una "ficticia legalidad," o una extra�a "contabilidad divina," etc., pero estas objeciones se explican cuando comprendemos la inseparable relaci�n entre la justificaci�n y la santificaci�n. En realidad, s�lo en la medida en que aceptemos el �nfasis b�blico en la justificaci�n, podremos ser llevados a experimentar la obra de Dios dentro de nosotros, para santificaci�n. La justificaci�n b�blica es la fuente din�mina donde se origina y fluye la verdadera santificaci�n. La doctrina de la justificaci�n por la fe es la base de toda �tica, de toda reforma, y de toda acci�n. |