Cómo vivir una vida victoriosa

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Introducción


En la iglesia no son escasos los libros, tratados y sermones acerca de cómo vivir una vida cristiana victoriosa. Si Ud. va a cualquier librería religiosa, encontraría cientos de libros acerca de este tema. En la actualidad son muy comunes los seminarios donde se enseña a la gente acerca de la vida cristiana victoriosa.

Gran parte de este abundante material no lleva a la gente a obtener una vida cristiana victoriosa, sino todo lo contrario, lleva al lector al pecado del orgullo y del egoísmo, y la peor forma de orgullo es el orgullo espiritual. Esta literatura lleva a la gente a vivir pendiente de su nivel espiritual, y los hunde en su propia pretendida piedad.

Hace quinientos años, el cristianismo fue liberado de esta mentalidad centrada en el hombre, gracias a la poderosa verdad de la justificación por la fe. Creemos firmemente que la iglesia cristiana está lista para una revolución religiosa.

Mucha gente puede alegar fidelidad a esta poderosa verdad de la justificación por la fe, pero sin reconocer la relevancia de esta verdad en la experiencia cristiana de cada día. En general, la iglesia está sumida en una suerte de santificacionismo ajeno al evangelio y a la justificación por la fe.

Este artículo muestra que únicamente una clara comprensión del principio protestante de la justificación por la fe puede llevarnos a una verdadera reforma en la vida y a una experiencia cristiana victoriosa. La Justificación por la fe no está divorciada del privilegio y responsabilidad de una vida cristiana victoriosa, sino que es el único camino para llegar a ella. Preocuparse con algo que está afuera del hombre es el único medio de corregir el egoísmo que mora dentro del hombre.

Los Editores

La justificación por la fe es la fuente de donde brota la vida cristiana, y es el latente corazón de la revelación bíblica y de toda verdadera religión.

La santificación es lo que Dios hace dentro del creyente, y por importante que esto sea, no es la base de la salvación ni el fundamento de la esperanza del cristiano. Por su puesto que la santificación es una obra de la gracia, pero se nutre y es el producto de una obra de gracia anterior a ésta. A menos que la santificación permanezca enraizada en la justificación y constantemente retorne a ésta, no podrá escapar del venenoso miasma del subjetivismo, el moralismo, o el fariseísmo.

La razón humana podría arguir que lo más importante que Dios podría hacer por el pecador es transformar su corazón, pero este razonamiento constituye el corazón de la soteriología medieval, y debe admitirse que la primordial preocupación del mundo evangélico actual es el mensaje de salvarse "permitiendo que Cristo entre en el corazón," y así poder nacer otra vez. Este era el evangelio de la edad media.

La gran verdad de la justificación por la fe, sin embargo, no trata sobre la obra de Dios dentro del creyente, sino con los actos de salvación de Dios realizados afuera del creyente.

En primer lugar, la base de la aceptación de Dios es la pura gracia: "Siendo justificados gratuitamente por su gracia" (Rom. 3:24). La palabra griega que aquí se traduce "gratuitamente," significa "sin causa alguna." La gracia no está condicionada a ninguna cualidad del corazón humano. La gracia de Dios es tan independiente de cualquier cualidad humana, que el apóstol declara que esta gracia "nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos..." (2 Tim. 1:9). La gracia es una cualidad del corazón de Dios, es su disposición a ser bondadoso y misericordioso hacia aquellos que están perdidos y no merecen nada. La gracia es el atributo divino de aceptar a los que no son aceptables, incluyendo a los que Dios ha santificado.

Sin embargo, la gracia de Dios no anula su justicia; su ley debe ser mantenida. Dios requiere que haya una base sólida sobre la cual se ofrezca el perdón y los pecadores puedan ser aceptados como justos, y esta base sólida se encuentra completamente fuera de nosotros.

Siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús [mediante el acto redentor de Dios en la persona de Cristo] (Rom. 3:24).

Las obras y la muerte de Cristo constituyen la única base sobre la que Dios puede juzgarnos y declararnos justos. Esto significa "ser justificados en Cristo..." (Gál. 2:17). El evangelio proclama que los pecadores son salvados por los actos concretos de Dios en la historia. Tan afuera del creyente está la razón de su aceptación, que ésta ocurrió hace dos mil años, y precisamente en esto consiste el cristianismo. De hecho, el cristianismo es la única religión histórica puesto que todas las religiones del mundo enseñan que la salvación se logra a través de un proceso que ocurre dentro del adorador, por lo que la mayor preocupación del religioso es su experiencia interior. Solo el cristianismo proclama una salvación ocurrida afuera del adorador.

De hecho, esta verdad ofende al orgullo humano. ¿Podríamos al menos simpatizar con los hijos de Israel en el desierto? Muchos de ellos fueron mordidos por serpientes, y enfrentaban una muerte segura. Moisés colocó una réplica de una serpiente mortal en un madero, e invitó a los moribundos a mirar y vivir. ¿Quén había oído anteriormente de semejante invitación? El veneno aún se encontraba dentro del cuerpo del moribundo, y ¿cómo podría ser de ayuda algo completamente externo? Sin duda, muchos moribundos estaban inclinados a razonar en lugar de mirar. A nosotros, quienes hemos sido mordidos por el diablo, la serpiente antigua, Jesús nos dice: "Así como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado..." (Juan 3:16).

La base de la salvación humana no es un proceso subjetivo. Si el camino de la salvación fuera simplemente un asunto de invitar a Cristo a entrar en el corazón, y nacer otra vez por el Espíritu, entonces no hubieran sido necesarios los sufrimientos y la muerte de Cristo. Ninguna medida de santificación o justicia interior podía salvar el abismo que el pecado había hecho, y colocarnos así en una correcta relación con Dios. El compañerismo con Dios no puede descansar sobre la base de un proceso interior de santificación. Además, la perfección no es algo que Dios requiere sólo al final del camino cristiano, sino que Dios demanda perfección y santidad absolutas ántes que pueda iniciarse cualquier relación con Dios.

Lo repetimos, la salvación y la correcta relación con Dios tienen un sólo fundamento, el cual es lo que Dios ha hecho fuera de nosotros en la persona de Jesucristo (Rom.3:24). Hace dos mil años hubo un evento histórico, concreto y objetivo: Dios mismo irrumpió en la historia humana en la persona de su Hijo y llegó a ser nuestro representante. Cristo llevó nuestra naturaleza y se identificó de tal manera con nosotros, que todo lo que hizo fue realizado en nuestro beneficio, y en nuestro lugar. Cristo enfrentó, venció, y destruyó el poder del pecado, del diablo, y de la muerte, y es exactamente como si nosotros hubiésemos vencido. Su victoria fue realmente nuestra victoria. Cuando El obedeció perfectamente la ley de Dios, lo hizo por nosotros, y es como si nosotros hemos vivido esa vida santa (Rom.5:19). Cuando Cristo llevó nuestro castigo, la justicia nos consideró castigados en El, "Si uno murió por todos, luego todos murieron" (2 Cor.5:14). Cuando El resucitó y fue aceptado con gozo en la diestra de Dios, lo hizo en nuestro lugar y en nuestro favor. Dios abrazó a toda la humanidad en la persona de su propio Hijo. Tan ciertamente como Dios vino a la tierra en la persona de Jesús, nosotros hemos sido entronizados en el cielo, en la persona de Cristo. El evangelio no poroclama las buenas nuevas que Dios hará, sino que proclama las buenas nuevas de lo que Dios ha hecho en Cristo. Por medio de sus gloriosos actos de salvación realizados fuera de nosotros, Dios logró nuestra liberación. Dios nos ha perdonado, justificado y restaurado a un sitial de honor y gloria en la persona de Jesucristo (Efe.1:3-7; 2:4-6; Rom. 4:25; 5;8-10,18; Col.2:10).

La justificación bíblica es realizada por la gracia de Dios, por los méritos de Cristo, y recibida por medio de la fe. Lo que Dios hizo fuera de nosotros, en la persona de su Hijo, debe ser creído y recibido por nosotros. La fe proviene del oir el mensaje del evangelio (Rom.10:17). La fe no produce justicia, la acepta; la fe no crea la salvación, la toma. La fe toma conciencia de una salvación ya lograda en Cristo.

La fe es completamente objetiva, y no está relacionada con nada que sucede o existe en esta tierra. La fe no descansa en lo que el Espíritu Santo ha realizado dentro de nosotros, ni en nuestra santificación, ni en alguna experiencia pasada como el nuevo nacimiento. La fe se adhiere a lo que está en el cielo, a nuestra gloriosa herencia que se encuentra a la diestra de Dios, en Cristo. La santificación, siendo realizada en esta tierra, y dentro del creyente, no forma parte de la justificación por la fe sola. La justificación por la fe es la presentación de la perfecta santidad y el perfecto sacrificio de Cristo en nuestro favor. La única justicia que tenemos ante el Padre es justamente la justicia que está a la diestra del Padre. Cristo mismo es nuestra justicia (Jer.23:6), quien se sentó a la diestra del trono de Dios. Como Juan Bunyan escribió, el sublime misterio de la Biblia es "que una justicia que reside en una persona en el cielo puede justificar a un pecador como yo, en la tierra." Esta es la justicia de la fe. Es una justicia que los reformadores llamaron "justicia ajena," una justicia completamente fuera del hombre, y tan ajena a la razón humana, que sólo el evangelio la puede revelar.

Hemos visto que Dios justifica por gracia, sobre la base de la obra de Cristo, y para beneficio del pecador que cree. La gracia que justifica es una gracia que se encuentra afuera del hombre. La justicia que justifica se encuentra afuera del hombre, y la fe que acepta la bendición se aferra a lo que está completamente afuera del creyente. El acto divino de justificar al pecador que cree en Cristo, es un acto que ocurre también afuera del creyente, y esta gran verdad la vamos a considerar desde dos diferentes perspectivas:

1. El significado de la justificación.

Justificar es un término legal relacionado con un juicio. Justificar no significa transformar al acusado en una persona justa, así como condenar no significa transformar al acusado en una persona malvada. Justificar es simplemente dar un veredicto judicial mediante el cual el acusado es declarado o pronunciado justo. En el caso del juicio de Dios, el pecador que cree es declarado justo porque el representante del pecador es justo. En otras palabras, cuando el pecador reclama la justicia de Cristo como si fuera suya y la presenta ante el juez, Dios da testimonio que la deuda ha sido pagada, y el pecador se encuentra en paz ante la ley.
Por lo tanto, la justificación no es un acto que Dios realiza dentro del pecador, sino afuera del pecador que cree, es un veredicto, un acto forénsico que declara justo al pecador. La justificción no está basada en la santidad del creyente, sino en la santidad de aquel en quien el pecador ha depositado toda su confianza, y este punto es crucial. No debemos preocuparnos acerca de lo que Dios piensa de nosotros, sino acerca de lo que Dios piensa de su Hijo, nuestro sustituto. Si confundimos justifiación con un proceso interior de santificación, encontraremos imposible alcanzar la paz de conciencia. La justificación tiene que ver con lo que Dios realiza por nosotros y no con lo que Dios realiza en nosotros.
2. El método de la justificación.

En el capítulo cuarto de Romanos, el apóstol enseña no solamente que Dios justifica al impío (v.5), sino también que Dios imputa justicia al que cree (vs. 3,5-7). En el capítulo cinco, Pablo muestra que la justicia que Dios imputa es "la justicia de uno" (vs. 18,19). Ahora bien, la palabra imputar no significa impartir. Imputar significa atribuir al pecador lo que éste no tiene. Por ejemplo, cuando Elí declaró que Ana estaba ebria, esta declaración de Elí no transformó a Ana en una mujer ebria (1 Sam.1:13). La imputación no cambia el objeto, sino la manera cómo el objeto es considerado. El Calvario es la suprema ilustración de lo que significa la imputación. Nuestros pecados fueron imputados a Cristo (2 Cor. 5:19-21) y Cristo fue tratado como si fuera un pecador, sin embargo Cristo fue "santo, inocente, sin mancha, apartado de los pecadores, y hecho más sublime que los cielos" (Heb. 7:26).

3. El acto divino de justificacón es un acto justo, pues descansa en la intercesión de Jesucristo, el justo. Somos declarados justos porque Dios nos atribuye la justicia de su Hijo, la que aceptamos por la fe. Por lo tanto, analizado desde cualquier punto de vista, la justificación es un acto de la gracia de Dios que ocurre completamente afuera de la experiencia del creyente. Sí, somos concientes de las objeciones levantadas contra una "ficticia legalidad," o una extraña "contabilidad divina," etc., pero estas objeciones se explican cuando comprendemos la inseparable relación entre la justificación y la santificación. En realidad, sólo en la medida en que aceptemos el énfasis bíblico en la justificación, podremos ser llevados a experimentar la obra de Dios dentro de nosotros, para santificación. La justificación bíblica es la fuente dinámina donde se origina y fluye la verdadera santificación. La doctrina de la justificación por la fe es la base de toda ética, de toda reforma, y de toda acción.

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