3. Eficientemente El Espíritu Santo es el agente activo de la santificación. Dios lo envía a los corazones de su pueblo para que puedan ser santificados. ¿Cómo puede, entonces, nuestra obediencia santificada, ser la condición para recibir el Espíritu Santo? Sin embargo, leemos libros y escuchamos sermones que nos dicen cómo podemos recibir el Espíritu Santo en "cinco pasos," "siete pasos," "por medio de una sumisión absoluta," y otras asombrosas características del esfuerzo humano. Algunos aún enseñan que el derramamiento del Espíritu de Dios tendrá lugar cuando el pueblo de Dios se encuentre totalmente santificado. ¿Pero si podemos hacer por nosotros mismos estas cosas para recibir el Espíritu Santo, para qué entonces lo necesitamos? ¿Cuál es el testimonio de la palabra de Dios? Simplemente que Cristo, por su perfecta justicia, ha ganado para nosotros el don del Espíritu de Dios. Este Hombre ha recibido el Espíritu (Hechos 2:32,33), y también todos aquellos que creen en él son perdonados y reciben el Espíritu Santo sin medida (Hechos 10:43,44; Juan 7:38,39). "¡Oh Gálatas insensatos! ¿quién os fascinó para no obedecer a la verdad, a vosotros ante cuyos ojos Jesucristo fue ya presentado claramente entre vosotros como crucificado? Esto solo quiero saber de vosotros: ¿Recibisteis el Espíritu por las obras de la ley, o por el oir con fe? ... Porque todos los que dependen de las obras de la ley están bajo maldición, pues escrito está: Maldito todo aquel que no permaneciere en todas las cosas escritas en el libro de la ley, para hacerlas. Y que por la ley ninguno se justifica para con Dios, es evidente, porque: El justo por la fe vivirá; y la ley no es de fe, sino que dice: El que hiciere estas cosas vivirá por ellas. Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición (porque está escrito: Maldito todo el que es colgado en un madero), para que en Cristo Jesús la bendición de Abraham alcanzase a los gentiles, a fin de que por la fe recibiésemos la promesa del Espíritu" (Gal. 3:1,2,10-14). El camino de la justificación por la fe es el único camino para recibir el Espíritu de Dios. Ser justificado significa ser declarado justo. Significa que Dios no sólo nos considera justos, sino que nos trata como tales. ¿Cómo trata él al pecador perdonado y justificado? Dándole el don del Espíritu Santo. Para que Dios derrame su Espíritu, no se necesita nada más ni nada menos que una justicia perfecta. Como esta perfecta justicia le es imputada a todo creyente, es sobre esta única base infalible que el Espíritu Santo le es impartido. Cuando se permite que la doctrina de la justificación fe languidezca, allí no está el Espíritu Santo ni la verdadera santificación, aunque la gente pase todo su tiempo hablando acerca del derramamiento del Espíritu. Cuando la justificación por la fe revive, el Espíritu inspira nueva vida a la iglesia, y el pueblo de Dios transita el camino de la santificación con gran gozo y celo. Estos dos dones deben permanecer juntos-"el don de la justificación" (Rom. 5:17), que es imputado y el don del Espíritu, que es impartido ("derramado en nuestros corazones") (ver Rom. 5:1,5). Con fines didácticos, podemos separar estas dos bendiciones para poder señalar dónde debe reposar nuestra esperanza de salvación. Pero separar la justificación y el don del Espíritu como si pertenecieran a momentos diferentes es dañino porque divide la Trinidad y la iglesia. |