La necesidad de un retorno constante a la justificación Debido a que la vida de santidad se alimenta y surge de la justificación por la fe, la santificación debe mirar constantemente a la justificación. De otra manera, el cristiano no podría escapar de la tentación de autojustificarse. En el proceso de la santificación no hay un momento en el que nuestro compañerismo con Dios no descanse completamente en el perdón de nuestos pecados. Este es el motivo por el cual Lutero denominó a la justificación como el artículo de fe del cual depende la caída o la permanencia de la iglesia cristiana. El confesó que toda su alma y su ministerio se encontraban saturados de la verdad de la justificación; por lo cual, también, denunció amargamente a los radicales evangélicos que consideraban a la santificación, o nueva vida en el Espíritu, como el estado más elevado en el proceso de la salvación. El hombre que cree que puede pasar por alto la justificación, inevitablemente caerá de la gracia (Gal.. 5:4). De hecho, la característica sobresaliente de la santificación es el creciente reconocimiento de la necesidad permanente de la justificación a través de Jesucristo. El camino hacia la madurez cristiana no significa liberarnos de la dependencia de la justicia imputada. El hombre que es fuerte en la fe también lo será en la doctrina de la justificación. Esta creciente percepción de la misericordia infinita de Dios abruma y quebranta más y más al creyente, y hace que se aferre cada vez más a la justificia de Cristo solo. Dice G.C. Berkouwer: "La atención permanente y la continua dependencia en el perdón de los pecados debe enfatizarse, exponerse al desnudo y mantenerse constantemente ante la vista, tanto en consejería pastoral, como en el análisis dogmático. Esta es la única manera de frenar el espectro de la arrogancia humana..." G.C. Berkouwer, Faith and Sanctification (Fe y Santificación), p. 84. Por otro lado, si en el celo por la santificación olvidamos la preeminencia de la justificación, caeremos en una "preocupación interior" Ibid., p. 86. "La historia muestra cuán fácil es perderse al enfatizar la gracia interna." - Ibid. Nuestra única seguridad consiste en retornar constantemente a la verdad objetiva de la salvación por la justicia de Cristo lograda fuera de nosotros. Por lo tanto, debemos afirmar que el recuerdo de los actos concretos de Dios es la motivación esencial de la santificación. El camino de la santificación consiste en recordar lo que ha ocurrido, y lo que se nos ha otorgado en Cristo. Es asombroso ver con cuanta frecuencia se hace énfasis en este punto tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. La ética de Israel consistía en permanecer constantemente animados e inspirados por los poderosos actos de Dios (ver Deut. 5:15). Mientras Israel recordara los actos redentores de Dios en el comienzo de su historia, perseveraría en el camino de la santidad. Si olvidaba lo que le había sucedido y perdía de vista lo que se le había dado, se desviaría del camino de la santidad. Dice la Escritura: "Nuestros padres en Egipto no entendieron tus maravillas; no se acordaron de la muchedumbre de tus miseridordias, sino que se rebelaron junto al mar, el Mar Rojo. Pero él los salvó por amor de su nombre, para hacer notorio su poder. Reprendió al mar Rojo y lo secó, y les hizo ir por el abismo como por un desierto. Los salvó de mano del enemigo, y los rescató de mano del adversario. Cubrieron las aguas a sus enemigos; no quedó ni uno de ellos. Entonces creyeron a sus palabras y cantaron su alabanza. Bien pronto olvidaron sus obras; no esperaron su consejo." (Sal. 106:7-13, 21,22,24). Cuando los profetas exhortaron a Israel a alejarse de sus pecados y vivir en santa obediencia, basaron sus apelaciones en el hecho de que Dios había librado a Israel de Egipto. El éxito de Israel dependía de cuánto recordaba su pasado. Así también, la iglesia del Nuevo Testamento está fundada sobre un acto de liberación concreto e histórico. La liberación de Egipto es un tipo o figura del verdadero acto de liberación de Dios en la Persona de Jesucristo. Cristo ha muerto y ha resucitado, y por medio de la fe, la iglesia ha llegado a ser partícipe de todo cuanto Cristo ha hecho. La iglesia ha sido librerada de la esclavitud del pecado, y permanece justa ante la vista de Dios, gracias a la obra de Jesucristo en su favor. Y la iglesia también depende de su pasado. Debe mantener en el recuerdo los hechos históricos de Dios en Cristo, y lo que le ha sido otorgado. Cuando Cristo partió el pan y compartió la copa, dijo, "... haced esto en memoria de mí." (1 Cor. 11:24). El pueblo de Dios no tiene nada que temer del futuro a menos que olvide los eventos sucedidos al inicio de su historia. El triunfo de Cristo es concreto, irreversible e inmutable, y Pablo se apoya en esta gran vedad al escribir el pasaje triunfante de Romanos 8. Pablo no teme ni "lo presente, ni lo por venir" (v. 38), pues recuerda lo que ha sucedido en el pasado (v. 34). Cuando el apóstol encontró a las comuninades cristianas primitivas sumidos en cosas "carnales" como peleas, engaños o pereza, también los saludó como santos (1 Cor. 1:2). Con refrescantes palabras los llevó de las orejas y les recordó lo que había sucedido en el Calvario y les explicó que, por medio de la fe, ellos también eran partícipes de todo lo que Cristo había hecho y sufrido. Si, a estos creyentes defectuosos, torpes y tambaleantes, les dijo que habían muerto (Col. 3:3. Rom. 6:6), resucitado (Efe. 2:1-6), y habían sido liberados (Rom. 7:4). Habiéndoles mostrado lo que eran, quedó en evidencia que su comportamiento no cristiano era inconsistente con su posición privilegiada. Luego les advirtió que aquellos que continuaran negando a Cristo con su comportamiento, no podrían heredar el reino (Efe. 5:3-6). A estos Corintios faccionistas se les debía recordar el evangelio. El apóstol les escribió: "Además os declaro, hermanos, el evangelio que os he predicado, el cual también recibisteis, en el cual también perseveráis; por el cual asimismo, si retenéis la palabra que os he predicado, sois salvos, si no creísteis en vano." (1 Cor. 15:1,2). Las epístolas de Pablo fueron escritas para alentar el crecimiento (santificación) de las personas que ya eran creyentes, y este punto es muy significativo. Pero, ¿cómo se las ingenió el apóstol para promover tal crecimiento en la gracia? Cada epístola era un poderoso llamado a recordar lo que había sucedido en el Calvario y cómo los creyentes son justificados por la fe en la acción redentora de Dios en Jesucristo. Cada epístola paulina es un testimonio inmutable de que la iglesia puede progresar en santificación sólo en proporción a su adherencia a la doctrina de la justificación. Cada epístola es un llamado a recordar lo que sucedió en la cruz. La iglesia nunca fue impelida a desviarse de la justificación por la fe para buscar otra bendición. "La iglesia debe alimentarse de la primera bendición, esto es, el perdón de los pecados. De acuerdo a la Escritura, la lucha de la iglesia consiste en vivir realmente de esta primera bendición" Ibid., p. 64. |